6 Marzo 24
Voy caminando por mi monte. Sí, tengo un monte, tú también pero no lo usas. En ese estado meditativo, que es caminar entre los árboles, me doy cuenta de lo excitante que es el presente. Me digo: «¡Qué excitante es el presente!» Soy muy de reforzar grandes pensamientos. Es excitante porque no sabes lo que va a pasar. No tienes ni idea de a donde te llevará el siguiente paso. Si haces el trabajo de no saberlo las posibilidades se hacen infinitas. Un paseo se convierte en una aventura emocionante. Sin peligros. Porque en el presente no hay peligros.
Inmersa en esta sensación placentera de estar aquí y ahora mi mente viaja veloz, a veces más veloz de lo que me gustaría. Aterrizo en centésimas de segundo en un pasado muy pasado.
Soy una niña.
Caigo en la cuenta de que la niña que fui ya hacía el ejercicio de estar presente. Lo recuerdo como si fuera hace un segundo. Para no aburrirse o perderse en su soledad, en su invisibilidad, se sentaba y escribía lo que, literalmente, veía. Para dejar consciencia de su propia existencia y darle sentido a todo aquello que la rodeaba.
Así empecé a escribir desde muy temprano. ¡Qué niña tan interesante! Me digo.
Yo era una niña muy interesante: dinámica, atlética, creativa, buena, divertida. Pero nadie me veía y eso comenzó a hacer mucho daño… ¡Pelao! ¡Pelao! ¡Ven!… ¡Muy bien, gordo!
«En esta parte de mis pensamientos, una banda de ciclistas de domingo aparece de la nada. Poseedores del camino y sin ninguna intención de aminorar o suavizar el pedaleo. Yo, experimentada en el arte de compartir el sendero, llamo a Pelao para retirarnos un segundo hasta que nos sobrepasen«
¿Por donde iba? ¡Ah! Sí, mi niña invisible. Bueno, invisible fuera de mi núcleo familiar donde era bastante ruidosa y demandante.
Voy a cambiar de idea sobre la marcha.
No me veía nadie pero sí que me arrinconaban en el colegio el grupo de niñas de moda, cada par de años aproximadamente. ¿Por qué? Porque no les gustaba mi ropa, porque alguien me había echado al culpa de algo, por marimacho… ¡Pelao! ¡Pelao!
«A punto he estado de ser atropellada por un ciclista que huía de otro grupo grande, también de ciclistas. Como los grupos de tíos de domingo son bastante agobiantes porque van gritando y utilizando todo el ancho del camino, éste los ha intentado esquivar, saliendo por el costado e intentando coger el campo a través que utilizamos Pelao y yo. Va tan pendiente de huir de los otros no nos ha visto hasta que casi nos atropella»
¡En fin! La niña. La niña invisible a la que acorralaban en el colegio. A ver, tan invisible no sería cuando por alguna extraña razón de la maldad infantil era víctima de aterradoras amenazas. Así fue como, a los 14 años, al pasarme lo mismo en el nuevo colegio sentí mi primer ¡Clic! de adulta. Me acorralaron 6 chicas a la voz de: ¿Qué haces marimacho? Recuerdo ese preciso momento en el que la fatiga vital asomó y sin dejarlas terminar de amenazarme contesté: «¡No! No sé de qué va a esto pero lo vamos a solucionar a ostias» Ante la falta de respuesta y el miedo colectivo del pelotón de fusilamiento que me rodeaba maticé: «¡Venga! ¡Vamos! Prefiero de una en una pero puedo con las seis»
¿De dónde salió aquella confianza? Tenía la absoluta certeza de que no tendría ningún problema en noquearlas a todas. Ellas entraron en pánico y nunca más me molestaron. Ni ellas ni nadie. En lo que llevo de vida no han vuelto acorralarme.
«Lo de los ‘clics’ vitales es un temazo»
Entre pensamientos y ciclistas, he acabado en un bosque, de pinos muy altos y hermosos bastante separados los unos de los otros, al que nos llevaba mi padre de pequeños a jugar al golf. Sí, al golf. Salíamos del borde y los hoyos eran los arboles.
¡Pues sí que he durado poco en el presente!
En el bosque percibo a la niña que fui antes de los acosos, antes de todo, después de la nada. Puedo sentirla sentir. Puedo verla correr entre los pinos. Me quedo un rato sintiéndonos en el mismo lugar en lineas temporales diferentes. Como si la espiara. Ella es presente y deseo. Yo ahora soy más un burruño complejo de emociones. Ella vive lo que está viviendo sin poner pegas. Quizá sueña con que un día se hará mayor y podrá hacer otras cosas. Yo soy esa persona mayor que hace esas otras cosas.
Se abre otra linea de pensamiento y me pierdo: la libertad, los límites y los depredadores.
Me quedo con la sensación de haber estado conmigo jugando en nuestro monte y la certeza de que el presente dura muy poco.
PD: Las faltas ortográficas son pequeñas malformaciones genéticas que pueden ser limitantes o abrirte las puertas a un nuevo mundo. Tú eliges.
PD: Venga, hasta luego.